Episodio XVII — La condición humana
Revisitando “Otherwise known as the human condition” de Geoff Dyer
Geoff Dyer resumen mucho de lo que aprecio de un autor: ideas brillantes, un estilo simple pero depurado y, sobre todo, un interés genuino por comunicar. Este último aspecto quizás es el más raro de conseguir en un mundo intelectual plagado de hermetismos que ocultan ignorancia y despliegues de ego que se disfrazan de causas nobles.

Dyer decide tomar el camino del cronista meticuloso que con una linterna pone luz sobre pequeñas piezas, analizándolas, primero desde una perspectiva totalmente humanista, personal, para luego conectarlas como demostración de que el espíritu humano, la condición humana, termina siendo el denominador común en el arte.
“Otherwise known as the human condition” es prueba de la honestidad y coherencia intelectual de Dyer, al poner juntos todos estos pequeños ensayos, escritos y publicados a lo largo de casi tres décadas, desde 1984 hasta 2009, Dyer no solo construye una nueva pieza, sino que demuestra que esas piezas “sueltas”, fruto de pulsiones momentáneas, respondían a un orden que el libro ahora hace evidente, la condición humana de la que Dyer habla en el libro a través de las obras deLartigue, Ackerman, Turner, Capa o Avedon, aflora acaso con más claridad si observamos que estos ensayos funcionan a la maravilla como capítulos de una obra inevitable, como la respuesta que le da Ackerman cuando Dyer le pregunta cómo logra la distorsión y desenfoque que caracterizan sus imágenes, “That’s just how it is” (Así es como es) es lo que Ackerman responde. ¿Cómo hace Dyer para que sus ensayos, diversos temática y estructuralmente, se sientan como piezas de una obra?, pues, “Así es como es”.
Algunos fotógrafos y no pocos docentes insisten en la búsqueda de la voz propia; aterran a los estudiantes con este planteamiento en la frontera de la metafísica, imposible de transmitir, imposible de medir, imposible de trabajar, por lo tanto, imposible de aprender. “Busca tu propia voz” es casi tan gaseoso como “el momento decisivo” de Cartier-Bresson; apunta al lugar equivocado y con la estrategia equivocada. No es buscar, es encontrar y Dyer lo demuestra en este libro, al menos 63 veces.
El ensayo dedicado a Turner (“Turner and Memory”) comienza así “I’m not sure that this is the picture I am writing about” (No estoy seguro que esta sea la imagen sobre la que estoy escribiendo”. Habla de una pintura de Turner que vio una vez en una visita al Tate, de la cual hizo unas anotaciones para un texto que luego terminaría siendo un análisis de “Stalker” de Tarkovsky; cuando regresó al museo la obra no estaba ya expuesta y entonces comenzó a fantasear con lo que estaría pasando con la obra en la bóvedas del Tate y buscó otra, en la cual estaban las mismas estructuras arquitectónicas de la primera y entonces el texto original, que terminó en un análisis sobre Tarkovsky, mutó hacia un nuevo texto a propósito de la memoria, en el que afirma con lucidez escalofriante “Our memories of works of art have an existence that is independent of but contingent on the works themselves” (Nuestros recuerdos de las obras de arte tienen una existencia que es independiente pero contingente con las obras mismas). No hay búsqueda posible, pero eso no quiere decir no no terminemos encontrando lo que nuestra alma necesita.
A propósito de “Tender is the night” de F. Scott Fitzgerald, Dyer llega a la misma conclusión por caminos diferentes. La obra de Fitzgerald, que leyó como exigencia estudiantil y de la que, años después, no recordaba nada, con los años se ha ido poniendo cada vez mejor; parece ser ese efecto que Hemingway describía como los “lingering after-effects” (persistentes efectos posteriores). Sabemos bien de qué se trata eso, ¿verdad?, cuando enfocamos a través del visor y vemos al vaquero de Avedon, o giramos en una calle para encontrarnos con “exactamente” la misma esquina de Minor White. los actos conscientes de ver y leer, los procesos creativos dirigidos por el interés y la devoción no funcionan como las sopas instantáneas.
En la página 215 de mi edición, el ensayo “The moral Art of War” revisita la eterna discusión de la obligación del artista con su tiempo, con llevar su arte a una dimensión política o con convertirse en operador de opinión. Obviamente existen tantas respuestas a esto como artistas existan, pero al igual que el imperativo de “busca tu propia voz”, este mandato moral ha hecho que se produzcan adefesios artísticos, obras absolutamente intrascendentes y shows mediáticos que compiten con la sordidez que pretenden combatir. El caso de Venezuela, en este sentido, es paradigmático y grotesco y merece otro episodio completo. Por los momentos acordemos que este texto de Dyer debería leerse en cada escuela de Fotografía a modo de advertencia, como esos textos textos en letra pequeña que viene en los aparatos electrónicos o en las aplicaciones de software; al hacer click en “entiendo” el autor del texto no pretende que estés 100% de acuerdo con él, sólo aspira a que entiendas las posibles consecuencias.
Un libro como este no puede terminar de otra forma que con un ensayo personal, en este caso 12 ensayos personales que sirven como constatación, si acaso no habíamos ya tenido muchas, del talante de Dyer; allí, al final, en el ensayo “Of course”, termina, como debe ser, poniendo en duda todo luego de haberlo vivido: “The memory developed as I slept, its colors becoming deeper, more distinct: the ghost of a dream, but permanent, lovely” (La memoria se desarrolla mientras dormía, los colores se vuelven más profundos, más distintivos: el fantasma de un sueño, pero permanente, encantador).
Para concluir, sin otra razón que la de una conexión que no puedo explicar les dejo esta pieza de Thom Yorke, vocalista de Radiohead, titulada “Suspirium” (Music for the Luca Guadagnino film); acaso la analogía se basa en este verso: “When I arrive, Will you come and find me?”.